martes, 22 de mayo de 2007

Damas y caballeros...


Buscando representar otra cara de éste fenómeno artístico, más que otra cara otra mirada, en lugar de retratar a los protagonistas fuimos directo a aquellos que hacen posible su existir, pues qué sería de un artista sin su público.
No es común detenerse a observar éstas cosas. Uno se acerca para mirar el show y no a los espectadores, pero resulta sorprendente la actitud que toman los mismos. Por lo general en un primer momento nadie se acerca... hasta que el más valiente da el primer paso. La dinámica del espectáculo determina la distribución de las localidades y a su vez el rol del público, que podrá ser mero espectador o convertirse en partícipe del show.

En “Parque Centenario” la oferta del día es amplia y quizás su causa se encuentra en que es domingo y el clima ayuda muchísimo. Se ofrecen espectáculos para todas las edades y en diferentes espacios del predio. Decidimos acercarnos a uno en particular.



Atraídos por la música, interpelados por una vociferante invitación, el escenario se va armando alrededor de tres sujetos que no se diferencian del resto de la gente. Nada marca ningún límite pero curiosamente la muchedumbre forma un círculo perfecto, construyéndose así una especie de escenario imaginario.





La función comienza. Los más valientes están en primera fila, presa fácil para éstos cómicos que no hacen más que reírse del defecto ajeno. Pero a la gente le gusta, se divierte de la burla, del ridículo. Es el espectáculo que más localidades llena y su causa podría ser blanco de múltiples análisis que no vienen al caso.


Recorriendo el parque nos topamos con titiriteros, bandas de rock, payasos repartiendo burbujas... en fin una multiplicidad de personajes que cambian “su arte” por una “colaboración a la gorra”.

Encontramos otra cara de la crisis económica que atraviesa nuestro país. Los parques están cada vez más poblados y el arte a la gorra contribuye a ello, ya que frente a la oferta variada pero privada de entretención, ofrecen esparcimiento, diversión y distracción gratis ó por unas monedas.


La mayor gratificación que puede recibir un artista, además del tan atesorado aplauso, quizás sea una moneda en la gorra. ¿Qué más valioso que eso? Pues uno paga después de haber visto el espectáculo, no se está obligado, es más si no te gusta te vas antes. Es un halago y un reconocimiento sincero. No es como ir al cine o al teatro, donde se compra la entrada con anticipación y por lo general si no te gusta te quedás igual porque ya pagaste. Acá es: “tómalo o déjalo”.



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